Los ciudadanos solían correr alrededor de su templo principal y, a excepción de los centros administrativos o de barriadas con un objetivo preciso (como el barrio obrero de Amarna), no se hacía una planificación previa. En Deir el-Medina las primeras casas carecían de cimientos, mientras que las ampliaciones los tenían en piedra, formando muros que acababan con filas de ladrillos y en Amarna, la ciudad real, los edificios son de piedra con una base subterránea de yeso y grava. No había barrios ricos y pobres, las casas se mezclaban y eran de disposición y tamaño semejante, salvo para los personajes de clase alta. En general, los miembros de una misma familia vivían en un mismo barrio.
Deir el-Medina estaba poblada por los constructores de las tumbas reales. Fue fundada por Amenhotep I alrededor de 1560 a. C. y abandonada repentinamente durante el reinado de Ramsés XI hacia el 1085 a. C., lo que ha facilitado su estudio a fondo. En tiempos de Thutmose I, constaba de unas 40 viviendas familiares, rodeadas de una muralla. Sucesivas ampliaciones la llevaron a tener 70 casas intramuros y unas 50 en el exterior en la época de su apogeo durante el reinado de Ramsés II, al trasladar la capital desde Tebas al delta y abandonar la necrópolis tebana.
Desde la puerta de la muralla partía una calle que atravesaba todo el poblado, y que con otras cuatro distribuía las viviendas. Gracias al basurero cercano, donde se ha recogido gran cantidad de ostraca, los trozos de cerámica que se usaban para escribir ya que el papiro era difícil de obtener, se han podido conocer los diferentes aspectos de la sociedad. Incomprensiblemente, las basuras se eliminaban arrojándolas tras la muralla y cuando el montón era excesivamente alto se quemaban.

8.1 Viviendas
Las primeras viviendas que conocemos datan del Periodo Predinástico: construidas con paredes de adobes y el techo de troncos cubiertos por hojas de palmera y barro, eran casas sencillas, pequeñas, semisubterráneas y con el techo inclinado, muy parecidas a las actuales. Incluso la técnica permanece inalterada, con los bloques de barro y paja secándose al sol, material frágil en el tiempo, que no nos ha dejado restos arqueológicos, al contrario que las tumbas o los templos: los vivos no necesitaban construcciones eternas, sólo los dioses y los difuntos eran merecedores de ese privilegio. Sólo quedan restos de Amarna, Deir el-Medina y poco más.
Restos de Deir el-Medina.

Maquetas de viviendas.
Podemos hacernos una idea de cómo eran las casas de la clase alta por las maquetas, sobre todo del Imperio Medio que reyes y nobles colocaron en sus tumbas durante el Imperio Antiguo, aunque a partir del Imperio Nuevo sólo se encuentran representaciones en papiros o pinturas. También se ha encontrado mobiliario, ajuar, juegos de mesa y herramientas. Las casas de los ricos eran mayores, o bien unían dos, por lo que tenían más habitaciones, cochera, jardines, fuentes, huerto e incluso baño (el retrete era un recipiente de piedra con tapa), y estaban decoradas con frescos.
Una residencia estándar cobijaba de cinco a diez personas, padres con sus hijos, a veces de distintas madres porque la mortalidad era alta y los divorcios frecuentes. Las casas se pintaban de blanco y las habitaciones estaban en línea, unas detrás de otras ocupando entre 40 y 120 m². Se accedía por una puerta de madera, y en la primera estancia se encontraba un altar, y se guardaban lámparas, jarras, braseros. A continuación se pasaba a la sala principal, iluminada con pequeñas ventanas que podían estar o no protegidas por contraventanas o celosías, y donde podía haber una bodega o recipientes cerámicos. En ella había una columna central de madera, que sujetaba el techo. Unas escaleras llevaban a la bodega, y una puerta daba paso al resto de las habitaciones, si es que las había, que eran almacenes y dormitorios. Se cocinaba en la calle, si la casa era muy pequeña, o en el patio trasero, donde había un horno y un pequeño almacén de grano.
Las primeras viviendas que conocemos datan del Periodo Predinástico: construidas con paredes de adobes y el techo de troncos cubiertos por hojas de palmera y barro, eran casas sencillas, pequeñas, semisubterráneas y con el techo inclinado, muy parecidas a las actuales. Incluso la técnica permanece inalterada, con los bloques de barro y paja secándose al sol, material frágil en el tiempo, que no nos ha dejado restos arqueológicos, al contrario que las tumbas o los templos: los vivos no necesitaban construcciones eternas, sólo los dioses y los difuntos eran merecedores de ese privilegio. Sólo quedan restos de Amarna, Deir el-Medina y poco más.
Restos de Deir el-Medina.

Maquetas de viviendas.
Podemos hacernos una idea de cómo eran las casas de la clase alta por las maquetas, sobre todo del Imperio Medio que reyes y nobles colocaron en sus tumbas durante el Imperio Antiguo, aunque a partir del Imperio Nuevo sólo se encuentran representaciones en papiros o pinturas. También se ha encontrado mobiliario, ajuar, juegos de mesa y herramientas. Las casas de los ricos eran mayores, o bien unían dos, por lo que tenían más habitaciones, cochera, jardines, fuentes, huerto e incluso baño (el retrete era un recipiente de piedra con tapa), y estaban decoradas con frescos.
Una residencia estándar cobijaba de cinco a diez personas, padres con sus hijos, a veces de distintas madres porque la mortalidad era alta y los divorcios frecuentes. Las casas se pintaban de blanco y las habitaciones estaban en línea, unas detrás de otras ocupando entre 40 y 120 m². Se accedía por una puerta de madera, y en la primera estancia se encontraba un altar, y se guardaban lámparas, jarras, braseros. A continuación se pasaba a la sala principal, iluminada con pequeñas ventanas que podían estar o no protegidas por contraventanas o celosías, y donde podía haber una bodega o recipientes cerámicos. En ella había una columna central de madera, que sujetaba el techo. Unas escaleras llevaban a la bodega, y una puerta daba paso al resto de las habitaciones, si es que las había, que eran almacenes y dormitorios. Se cocinaba en la calle, si la casa era muy pequeña, o en el patio trasero, donde había un horno y un pequeño almacén de grano.
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